Durante algún tiempo se ha estado hablando mucho sobre La Inteligencia Emocional, como si de repente hubieramos descubierto que somos seres emocionales y tuvieramos que excusarnos con ser también inteligentes. Y está bien, todo lo que nos facilite el autodescubrimiento es bueno, y todo lo que nos ayude a aceptar lo que vamos descubriendo de nosotros mismos, está mejor, porque nos permite transformar lo que no nos gusta hasta que logremos cambiarlo por algo mucho más útil y satisfactorio.
Nuestras emociones se pueden comparar con el movimiento de las mareas: se aquietan, se retiran y se agitan y crecen constantemente. Cuando están agitadas decimos que son negativas, porque nos descolocan, estamos “fuera de si”, perdemos el control y ellas son las que nos controlan a nosotros. Eso es un tanto íncomodo, aunque tampoco tranquiliza demasiado tanta quietud y ausencia emocional, da miedo.
Aunque si lo piensas bien lo de emociones positivas o negativas sólo adquiere sentido en virtud de las consecuencias que conlleva lo que nosotros decidamos hacer con ellas. Por ejemplo, te puedes ver ante la posible situación de que una rueda de tu coche se ha pinchado y acto seguido te lías a patadas con la estúpida rueda, aunque también tienes la opción de serenarte cuanto antes y, pese al contratiempo, ponerte a la tarea de cambiar la rueda. Cambiarla la has de cambiar igualmente, entonces ¿qué resulta más útil y conveniente para ti, hacerlo después de destrozarte los pies o antes de llegar a eso? La frustración emerge genuinamente de ti, la violencia es lo que tu eliges hacer con lo que emergió de ti. Uno puede sentirse triste por una pérdida, es una reacción natural, la posible depresión posterior es una elección que se puede evitar. Y así con cada una de las emociones que nos hacen sentir desdichados.
Estudios realizados por los neurocientíficos encontraron la relación fisiológica entre las emociones y la actividad cerebral en forma de pensamientos, por medio de los neurotransmisores, y que llegaron a la conclusión de que sentimos según como pensamos; eso significa que si nos fijamos en las cosas qué pensamos y las cambiamos por otras para sentirnos emocionalmente mejor, llegaremos a sentirnos mejor, porque si el pensamiento cambia, nuestras emociones cambian con él. Ser optimista no soluciona gran cosa pero ser pesimistas es un verdadero engorro además de un gran obstáculo. Hay tantas posibilidades de que algo salga bien como de que salga mal, pero si nos entretenemos, nos enredamos, en esto último seguro que ya estamos derrotados de antemano.
Somos la única especie capaz de transformar nuestra biología mediante lo que pensamos y sentimos. Si estamos enfadados o deprimidos nuestro sistema inmunológico se debilita por estar liberando las mismas hormonas y sustancias biológicas destructivas que el estrés. Por el contrario, si nos serenamos, se fortalece. La alegría y el sentido del humor activa nuestra corriente sanguínea agilizando sus funciones hasta el punto más recóndito de nuestro ser, y sobre todo mantener los “malos” pensamientos a raya, de tal modo que incluso el proceso de envejecimiento puede ser ralentizado. Tu cuerpo es hoy como consecuencia de lo que pensabas y sentías ayer, si quieres estar mucho mejor mañana, sería conveniente que hicieras algunos reajustes en tu forma de pensar y sentir hoy. Tal vez, después de todo, en eso consista el elixir de la eterna juventud. ¿Por qué no intentarlo?.
“El principio es la mitad del todo”, dijo nuestro amigo Pitágoras. ¿Y qué tiene que ver Pitágoras en mis emociones?, te preguntarás.
Si algo he aprendido en lo que llevo de vida es que uno es su propia herramienta con la que construye su propia vida. Aunque los demás están ahí para que tú te reconozcas a través de ellos, es un error pensar que están para hacer el trabajo que sólo a ti te corresponde hacer. La necesidad viene de ti mismo, tú eres la causa y el efecto de cuanto te acontece, tú eres el principio de todo lo que emana de ti, de todo aquello que te conecta contigo mismo y con el mundo.
Creer en los demás resulta hasta fácil, pero creer en uno mismo es un auténtico desafío, aunque considero que es la tarea que más satisfacciones te puede aportar. Por eso ocuparte del principio (de ti) supone que la mitad del trabajo ya lo tienes hecho. Cuidar de ti, ocuparte de reconocer lo que sientes y no de lo que deberías de sentir.
Nuestros estados emocionales son como las señales de tráfico que nos indican que prestemos atención al camino que estamos recorriendo, es tan peligroso ignorarlas como estamparse contra ellas. Cuanto mejor funciones emocionalmente, mejor funcionará tu vida. Esto te aportará una vida emocional ecológica en la que día a día aprenderás a ser más flexible, incluso tendrás más sentido del humor a cerca de ti mismo y de los demás y mirarás el futuro más esperanzado y motivado.
Si tenía ocho horas para talar un árbol, pasé seis afilando mi hacha. A.Lincoln
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Un tema muy interesante. Lástima que no pueda asistir a la charla porque tengo una boda. Me encantaría.
Y cambiando de tercio... ¿Estás segura de que la foto de abajo de tu página es Cambridge? A mí se me parece mucho al Monte Saint Michell, en la costa norte francesa.
Un abrazo!
Un articulo muy interesante.
Me gustaria aprender a creer en mi misma. Un abrazo,
joaqui.
Publicar un comentario